Durante demasiado tiempo, hemos medido el éxito con una regla corta: crecimiento trimestral, márgenes de beneficio, eficacia operativa. Estos indicadores siguen siendo importantes, por supuesto, pero ya no son suficientes. El talento actual busca algo más que un empleo o un salario competitivo. Buscan un propósito. Y más que eso: buscan líderes con el valor de acompañarles en la construcción de algo de mayor valor.
Estamos entrando en la era del liderazgo evolutivo.
Una nueva forma de liderar que va más allá de gestionar equipos o fijar objetivos. Un liderazgo que se pregunta: ¿qué impacto real tenemos en nuestra gente? ¿Estamos creando culturas en las que puedan florecer o simplemente sobrevivir? ¿Estamos renovando el talento o agotándolo?
No se trata de un llamamiento emocional. Es una estrategia con fundamento económico. Según el Foro Económico Mundial, más de 85 millones de puestos de trabajo podrían quedar sin cubrir en 2030, con un impacto potencial de 8,5 billones de dólares perdidos en productividad anual. En Portugal, 7 de cada 10 empresas tienen problemas para contratar. Ya no se trata solo de atraer talento, sino de materializarlo.
Por eso necesitamos líderes con una visión sistémica. Que sepan vincular la productividad al bienestar, la innovación a la inclusión y los beneficios al impacto social. Que puedan pensar más allá de su trimestre y comprometerse con el desarrollo sostenible de las personas y las comunidades en las que operan.
Hay signos de esperanza. Algunos países están invirtiendo en reciclaje masivo, integración de grupos vulnerables, modelos de trabajo flexibles. Las organizaciones pioneras están adoptando prácticas regeneradoras: planes de carrera personalizados, culturas de aprendizaje continuo, evaluación del rendimiento basada en valores y no sólo en resultados.
Portugal lo tiene todo para formar parte de este movimiento. Tenemos talento, creatividad, una generación altamente cualificada y una urgencia colectiva por hacer las cosas de otra manera. Pero para que esto ocurra, es esencial un cambio de mentalidad: políticas públicas más ágiles, incentivos a la empleabilidad sostenible y, sobre todo, líderes que sepan que la empatía no es una debilidad, sino una ventaja competitiva.
El futuro del trabajo no lo marcará quien tenga mayor capacidad de mando, sino quien tenga mayor capacidad de escucha.
Para mí, ésta es la esencia del liderazgo evolutivo: un liderazgo que sirve, que se preocupa, que devuelve. Y que tiene la ambición de dejar el talento y el mundo mejor de lo que lo encontró.